Estamos hablando estos días del fin de Windows 7 y Windows 8.1 y de cómo la actualización hacia Windows 11 o, al menos, hacia Windows 10, son la única salida para quienes todavía siguen utilizando unas versiones que van a quedar obsoletas muy rápido, porque el abandono de su soporte por parte del software de terceros está siendo relevante.
Claro que no solo es apremiante dar el salto hacia alguna versión con soporte del sistema de Microsoft por quedarte sin aplicaciones actualizadas para utilizar: si no actualizar una aplicación ya es una mala práctica de seguridad que puede ocasionar problemas, no actualizar el sistema, sobre todo uno con el historial de Windows, es la peor de las malas prácticas.
La cuestión es que si bien prácticamente todos los usuarios de Windows 7 y Windows 8.1 tienen en Windows 10 un reemplazo de lo más adecuado, este tampoco va a durar mucho más: en 2025 dirá igualmente adiós y, de nuevo, la única salida será actualizar a Windows 11 o, si se cumplen los pronósticos, Windows 12. Tanta monta, porque el problema de fondo seguirá ahí.
Y ese problema no es otro que los malditos requisitos de Windows 11 y el drama que acarrean. Y es que no es normal que millones de equipos a lo largo y ancho del mundo en los que Windows 10 funciona perfectamente, ni siquiera puedan aspirar a actualizar o instalar Windows 11, a menos que se salten las medidas que ha impuesto Microsoft al respecto con herramientas como Ventoy, Rufus u otras.
Entraría dentro de la lógica que aquellos usuarios con, por ejemplo, componentes -procesadores, principalmente- no ‘soportados’ por Windows 11, o que no dispongan del dichoso chip TPM 2.0, no pudiesen ejecutar alguna característica concreta del sistema. Pero impedir el uso del sistema en ese tipo de equipos no tiene sentido alguno, por más excusas que se pongan en favor de la seguridad o lo que sea.
Así es como hemos llegado a un punto en el que ya solo hay un par de versiones de Windows con mantenimiento y no por mucho, porque una tiene ya los días contados. Un punto en el que los requisitos de Windows 11 son un problema incluso para sus empleados y que no parece que se vaya a solucionar en breve.
Conste que Microsoft ya ha relajado sus pretensiones y poco a poco va ampliando el rango de soporte de Windows 11 en relación a los procesadores soportados, aunque se lava las manos con las consecuencias que pueda tener no hacerlo todo tal y como se recomienda. Lo fuerte del asunto es que nada de todo esto es realmente necesario para que Windows 11 funcione correctamente.
O sea, todos los palos en las ruedas de los usuarios que desearían actualizar a Windows 11 pero no pueden porque los requisitos de sus máquinas se lo impiden, no tales en la práctica. Quienes lo han hecho por su cuenta utilizando herramientas como las mencionadas más arriba lo saben, porque lo han comprobado de primera mano. Incluso aunque Microsoft diga que no se hace cargo de los potenciales problemas que puedan surgir (como si se fuese a hacer cargo cumpliendo con los requisitos).
Sin embargo, no todos los usuarios tienen la disposición de dar el salto manualmente. Es como instalar Linux, una alternativa sobrada para muchos casos de uso: hay que hacerlo motu propio. Y eso cuesta; hay que molestarse en ello. Mucho mejor recomendar comprarse un PC nuevo, algo que mucha gente no puede hacer. Y se quedan tan anchos. Veremos qué pasa a partir de 2025.